Es la primera vez que quedo con
él. Llueve. Accedemos a la planta baja del aparcamiento. Las luces encendidas
hacen que la noche sea más oscura. De frente, un poco más lejos, una parpadea.
En el suelo, marcas de neumático mojado de algún coche que acaba de pasar. Bajo mi brazo, un longskate, su longskate. O
como lo llama él “su pequeño”, con el que empezó. Bajo el suyo lleva otro.
Me da alguna indicación.
Nerviosa, pongo mi pié derecho sobre la lija, ligeramente adelantado con respecto
a la tabla, de forma que al subir el otro queden entre los ejes. Impulso tímidamente
con el izquierdo. Un, dos, tres... y lo subo. Solo consigo permanecer un
instante. Asutada me bajo. El long se
escapa y sigue rodando solo, hasta que una sólida columna de cemento lo para.
Rebota unos centímetros hacia mí. Mis ojos se dirigen a él, sus blancos dientes
aparecen, riendo. Me relajo y sonrío. Voy a por el long. Vuelvo a intentarlo.
De nuevo, pongo mi pie derecho sobre la lija. Esta vez impulso un poco más fuerte.
Subo a la tabla y por unos segundos consigo mantenerme sobre ella –Uauuuuu-
Exclamo- Una amplia sonrisa aparece en mi cara. Inconsciente lo miro a él de nuevo. Sigue cada
movimiento que hago. Despacio flexiono algo las rodillas. Pongo mi peso sobre
los talones haciendo que la tabla gire a la derecha. Desciende la velocidad.
Vuelvo a impulsarme, pero esta vez hago lo posible para girar a la izquierda. Lo
repito una y otra vez. Recorro todo el recinto esquivando como puedo las
columnas. Tengo todo el aparcamiento para mí. Lo único que escucho es el sonido
de las pequeñas ruedas deslizándose sobre el asfalto. Cuando llevo un rato,
siento su ausencia. Lo busco. Está sentado en un bordillo. Fumando. Me acerco.
Está a contraluz. Sé que me mira. El humo sale de su boca. Se levanta. Tira lo
que le queda del cigarro.
-Ahora vamos a ir juntos.
- Cómo? –me sorprende.
- Sí, quiero enseñarte a girar
sin miedo.
- Súbete. Pon los dos pies encima
del skate. Acércate un poco más hacia delante, bien, mi “pequeño” es lo
suficientemente largo para que vayamos los dos –Sonríe.
Cambio los pies del gris suelo a
la antideslizante lija negra. Acerca su cuerpo al mío. Con un brazo bordea mi
cintura, casi sin rozarme. Pega más su torso a mí. Percibo su calor y como un
imán hace que mi cuerpo se incline hacia el suyo. Siento su aliento en mi nuca. Mi cuello se
contrae unos milímetros. El olor dulzón del tabaco hace que desee mirar su
boca. Mis labios se separan.
Por un momento, leyéndolo, me convertí en la protagonista y sentí esa sensación...
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